Toda persona tiene derecho a expresar su voz; sin embargo, estas mismas persona también tienen el deber de afinar y cultivar dichas voces, con el fin de proferir mensajes elocuentes y ecuánimes. Mensajes que sólo podrán darse a través de razonamientos impregnados de lógica y buenas intenciones.
No obstante, todas las voces, por más ecuánimes y coherentes que fueren, producirían una estridente onda expansiva al ser escuchadas simultáneamente. Una estruendosa onda, cuya única función conjunta sería la de repeler ideas, nublar visiones, y anegar nuestras corrientes internas de tantas náuseas, que todo lo que intentásemos realizar sería, esencialmente, errático y por ende, infructuoso.
Es debido a esta curiosa y ambivalente naturaleza de la expresión vocal, que necesitamos un elemento que funja como puente homeostático; un elemento con el cual podremos determinar nuestro punto de equilibrio, si es escogido acertadamente. Ese elemento es: El Portavoz .
Un portavoz debe reunir aquellos ingredientes que conformen la raíz filosófica y el tronco moral del grupo. Una afinidad fundamentada en el bienestar social de todos sus miembros; una afinidad, que permita, a sus congregados, la seguridad de emprender otras funciones, porque sabrían o tendrían la plena conciencia de estar bien representados.
Lastimosamente, el portavoz probo y racional que he definido, rúne las características del perfil óptimo que anhelamos en un representante, pero que jamás lograremos, mientras las voces individuales de la mayoría, estén desprovistas de autognosia debido a la falta de introspección. Es un portavoz que jamás obtendremos, mientras los integrantes de la masa vacilante, adolezcan de un sinnúmero de vicios que contribuyen a sumirlos en la incultura promovida por la desafinada discordancia de sus voces.
Por tal razón, en la actualidad existe la tendencia de optar por aquellos portavoces casauísticamente hábiles, improbos e irracionales. Pero recuerden, son muy hábiles en casuística, mas no inteligentes; lo cual olos hace doctores de la artería, artífices de una argucia pobremente disfrazada de lógica e interés socilal; disfraz que, para el bien entrenado ojo avizor, no pasa inadvertido.
Al darse este fenómeno de la antítesis del portavoz adecuado, en vez de ser dotados con una voz representativa, caemos en un juego ventriloquial, en el que sólo somos el muñeco manipulado por aquél que habla por nosotros sin decir lo que realmente deseamos; condenándonos, de esata manera, a un mutismo representativo. Un mutismo cuya aparente voz, cuya representación ilusoria, es lograda mediante una sincronización labial o bucal, que una mayoría, penosamente, asume y acepta como propia.
Splendide mendax, “espléndida” o “noble” mendacidad, es la máxima bajo la cual se rigen los facticios portavoces. Es una frase latina, evidentemente irónica, pues no existe nobleza alguna, ni mucho menos esplendor, en la artería, la argucia, la vil mentira. Sin embargo, en la paradójica geósfera, o mejor dicho, egósfera con que se recubren estos entes de oquedad, la mendacidad, hábilmente envuelta en casuística y prevaricación, es el espejo de su normalidad.
Estos son los portavoces que pululan en sistemas ventriloquiales que solemos llamar repúblicas. Portavoces que, en todos los estratos representativos, se han mantenido convenientemente intonsos ante el sentido real o denotativo de ciertas palabras y frases, con el sólito objetivo oportunista de extrapolarlas connotativamente como más le sirvieren.
Extrapoladas connotaciones decadentes y fácilmente diseminadas, debido a que los conceptos etimológicos de una infinidad de términos son, para muchas personas, suelos ignotos. Por ende, las intenciones originales de dichos conceptos acaban siendo empujadas hacia la obsolescencia por la inexorable y onerosa fuerza de la ignorancia.
De esta manera, aupado por los connubios que suele contraer con el flemático e inicuo “Órgano Pecuniario”, el connivente ministro de la inepcia, en vez de ajustarse al loable papel de servidor, connota el término “ministro” con el sentido de merecedor de bienes; y al pensar en la definición del término “república”, en lugar de recurso o reiqueza pública, lo ve y yextrapola, ridículamente, como: “Mi Hacienda”.
Por
a.b. barnett
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